domingo, 7 de noviembre de 2010

Entre tu ausencia y tu libertad.



  Allí estás… No hay mejor escenario que este, el violeta de un atardecer como cualquier otro y tu silueta balanceándose libremente entre las hojas que caen. La sencillez de rodearte con mis manos para apretar tu cintura contra mí y respirar el olor de tu cabello suelto, rebelde, igual que tu espíritu. 

– Allí estás… Detrás de mí, es inevitable dejarme seducir. Tu aroma a sábados por la mañana es inconfundible  y el anillo de tu mano derecha detectable. Ya de frente, prolongar el saludo hacia tus labios, esos besos sabor a fruta fresca y ahora soy yo quien te rodea. 

–  ¿Dónde estuviste todo este tiempo? Apareces de la nada nuevamente borrando cada grito de agonía en tu ausencia. Plasmaste en mis recuerdos un ‘adiós’ que para mí fue eterno, pero lo eternal le duró poco cuando veo el brillo de tus ojos. Hoy me dediqué a pensarte, contando todas las veces que desaparecías y aquellas que regresaste.

– Aquí estás, como la última vez que te vi, un poco más pálido y con la mirada profunda. Es como si nunca hubieras desaparecido, como si nunca me hubiera alejado de ti… “Hola, te extrañé”... Y extrañé cada uno de tus recuerdos, viví y volví a ti, como te lo prometí, pero ahora debo partir. 

Otra vez. Te alejas de repente, pero yo me reuso a dejarte ir ¿¡Acaso no te das cuenta que así no puedo más!? ¿¡Que te necesito cerca para amarte y no sentirme en la soledad!? ¡No me dejes! ¡No te vayas!

– ¿Qué pasa? ¿Por qué no me dejas ir? No puedes amarrarme, déjame partir.

Es imposible aferrar aquel que llegó libre a nuestros recuerdos, a nuestra existencia. Es terrible amarrar a un espíritu libre, una escénica espontánea. 

Él la mira y detalla la expresión de su rostro, no puede hacer nada, la abraza fuerte, la besa y por último la deja libre, así como llegó a él, así como la amó desde el principio, porque a él no le pertenece, ella le pertence a su propio destino.